El evangelio de este domingo XVI del tiempo ordinario nos presenta ese pasaje en el que Cristo llega a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro de Betania

Solía ir por allí, antes o después de estar en Jerusalén. Había amistad entre ellos y por eso confianza. La escena se desarrolla en un clima de sincera confianza.

Marta se desvivía en atender a Jesús. Probablemente preparaba comida especial cuando él llegaba, lo cual llevaba consigo más trabajo del ordinario. Y lo hacía sinceramente por agradar al amigo, a Jesús. Pero al mismo tiempo, a ella le gustaba también escuchar a Jesús y gozar de sus palabras. María, su hermana, se había quedado con él, escuchando su palabra. Escuchar a Jesús era una delicia, que una y otra deseaban. Por eso, Marta se queja, porque está centrada en el servicio y no está atenta a Jesús. Jesús nos da en esta página evangélica una enseñanza de gran transcendencia para nuestra vida.

¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?, le dice a Jesús. Y Jesús le responde: “Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada” (Lc 10, 41-42).

Jesús alaba la actitud de María, la actitud contemplativa de quien está a la escucha de su palabra. Esa es la mejor parte. Jesús no reprocha la actividad de Marta, de la que sabía que todo lo hacía con amor inmenso hacia Jesús. Y, además, era necesario aquel servicio para atender al huésped. Lo que reprocha Jesús a Marta es que esté inquieta y nerviosa con el trabajo que realiza, y por el que se distrae de escuchar a Jesús.

Lo importante en la vida es estar atentos a Dios, a la palabra de Jesús. Todo lo demás es secundario, es decir, viene después. La experiencia cotidiana nos dice que fácilmente nos enrollamos en el trabajo, nos parece que somos imprescindibles, nos dejamos llevar por el activismo. Y lo peor de todo, nos olvidamos de Dios, no escuchamos a Jesús.

La pregunta viene enseguida: Qué es más importante, la vida contemplativa o la vida activa. Mucha gente, incluso creyentes y buenos cristianos, no entienden que una persona dedique su vida a la contemplación. A la escucha de la Palabra de Dios, a la meditación de esa Palabra, a la celebración de esa Palabra en la Eucaristía y demás momentos litúrgicos. Les parece una vida inútil, con todo lo que hay que hacer. Ciertamente, hay mucho que hacer, pero la persona humana puede deshacerse en medio de tantas tareas. Necesita recomponerse continuamente para que la actividad no le erosione.

En el campo de la evangelización son urgentes muchas tareas de servicio a los demás, en el campo de la beneficencia, en el campo de la vida social, incluso en el campo de la catequesis o del culto. Pero todo eso llega a aburrir al más animoso, si no hay sosiego, si no hay escucha de Dios, si no estamos atentos a lo que nos dice Jesús cada día.

Santo Tomas de Aquino define el apostolado como “contemplata aliis tradere”, llevar a los demás lo que uno ha contemplado previamente. Uno no puede dar lo que no tiene, no podemos llevar a Dios a los demás, si antes no hemos tenido un contacto y una experiencia de Dios en nuestra vida. De San Ignacio de Loyola se dice que era un contemplativo en la acción. Ciertamente, desplegó una gran actividad evangelizadora, pero lo hacía con actitud profundamente contemplativa.

Si Marta, en vez de enfrascarse en las tareas de la casa, en la elaboración de buenos platos para la comida, hubiera dejado entreabierta la puerta de la cocina, podría haber seguido escuchando al Maestro, sin dejar de hacer los trabajos. Eso nos pide Jesús hoy y eso quiere concedernos: que en el trabajo y las distintas tareas cotidianas, no dejemos de escucharle a él. Porque escucharle a él es lo más importante de la vida.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/activos-o-contemplativos

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