Llegamos al cuarto domingo de adviento, que tiene como centro a María en avanzado estado de gestación. Ella lleva en su seno el fruto bendito de su vientre, que es Jesús, al que ha engendrado virginalmente, sin concurso de varón, por obra del Espíritu Santo con una fecundidad superlativa vivida en virginidad.

Escuchamos este domingo el evangelio del anuncio de este misterio de la encarnación a José, su esposo. Se habían comprometido ambos como esposos prometidos, pero no habían convivido aún como marido y mujer, y resultó que María esperaba un hijo. Sólo ella sabía de donde venía, sólo ella guardaba este secreto en su corazón. Se sentía desbordada de gracia y lo vivía con actitud contemplativa y en profunda humildad. Un corazón en plena sintonía con Dios es un corazón lleno de alegría.

Cuando José percibió, aún de lejos, lo síntomas visibles de esa maternidad, intuyó el misterio. Y con actitud de profunda humildad y adoración, decidió retirarse y dejarle a Dios que hiciera su obra. Dios hizo su obra, la había comenzado a realizar en el vientre virginal de María, pero necesitaba la plena colaboración de José para que este misterio entrara en la historia.

Si José hubiera dicho que no, María hubiera sido probablemente lapidada por tener un hijo extramatrimonial. Es decir, ella habría sido asesinada y el niño no hubiera sido viable. El nacimiento de este Niño necesita un padre en la tierra, que lo acoja, que lo reconozca como propio, que lo cuide y lo proteja: un padre en el pleno sentido de la palabra, aunque no sea padre biológico.

A eso vino el ángel, cuando ya José había percibido indicios del misterio de esa maternidad y había resuelto repudiarla en secreto, para no difamarla. El encargo de Dios es muy concreto: recibe en tu casa a María, la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo, acógela a ella y al niño, dales la cobertura de tu cariño de padre. Al niño le pondrás por nombre Jesús, con lo que José hace suyo al niño y así este niño pasará ante los demás como el hijo del carpintero. José hizo lo que el ángel le había dicho.

María y José han recibido la vocación y la misión de ser esposos el uno para el otro y padres de Jesús en la tierra. Es la Santa Familia de Nazaret, icono de la comunidad trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La navidad es fiesta de familia, de la familia tal como Dios la ha pensado, donde cada uno de sus miembros es querido por sí mismo y donde todos encontramos el calor necesario para crecer en el amor.

Este cuarto domingo de adviento se centra en la inmediatez del parto, del nacimiento de Jesús. Apresuremos la preparación de nuestro corazón para acoger a Jesús, que quiere entrar en nuestros corazones. Ellos, María y José, nos pueden enseñar cómo acogerlo. En ellos brilla la humildad y la disponibilidad ante los planes de Dios, en ellos brilla la pureza de corazón y la acogida sin condiciones.

Navidad lleva consigo como perfumes propios la pobreza y la austeridad de vida, la obediencia a los planes de Dios, sean cuales sean, incluso los que contradicen nuestros planes previos. Navidad es pureza de alma, pureza de corazón y de cuerpo. Una virtud propia de Navidad es la castidad. Navidad es una invitación a compartir con quienes viven en  la pobreza degradante, consecuencia de la injusticia de los demás. El Niño nace en la pobreza más absoluta para que nadie tema acercarse a él y para que todos entendamos en qué contexto quiere ser reconocido y recibido.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/alegrate-maria-virgen-y-madre

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