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El tema central de la Palabra de este domingo es la humildad. Así lo destacan la primera y tercera lecturas.  Por eso, tal vez escuchar hoy esta palabra en una sociedad en que la gente se esfuerza por ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de listas, aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera del propio ascenso…; en el mejor de los casos, puede arrancarnos una sonrisa de compasión condescendiente. 

Al oír estos planteamientos no pocos, quizá, nos preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá ya pasado su momento.

Jesús no fue ningún ingenuo, ni su mensaje una ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y transformadora, que le explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por decir y hacer, entre otras cosas, esto que hoy hemos escuchado y aclamado.

Echemos una mirada al mundo en que vivimos. ¿A dónde está conduciendo el desmesurado interés de las grandes potencias? A dejar insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a países que así ven alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía y de paz.

Y cosa parecida ocurre con la carrera por ocupar los primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuantos hay que descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas zancadillas y empujones para encabezar una lista!

¡No! La advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Lo que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir sencillamente las cosas más importantes. 

El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que nosotros aún no hemos llegado a él o, lo que es peor, hemos pasado de él.

Pero hay algo más. Con estas palabras Jesús no solo está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios. Dios hizo una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el hombre era totalmente insolvente. “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, escribe san Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).
¿Qué es ser humilde?

Humildad es una forma concreta de ponerse delante de Dios y de los hombres, como aquel publicano de la parábola que oraba en la parte de atrás del templo, y cuya oración fue escuchada por Dios, reconociendo nuestra verdad.

Humilde es el que sabe ponerse a la altura del otro, y cuando hace falta, aún más abajo, como Jesús cuando se echó al suelo para lavar los pies a sus discípulos. 

Humilde es el que se acepta como es, sin darse importancia, pero reconociendo sus valores y talentos. Es decir, no podemos llamar «humilde» al que dice de sí mismo: «yo no puedo, yo valgo menos que los demás, yo no merezco, lo que he hecho no tiene importancia» …. 

No es «humilde» el que cree que los demás son siempre mejores que él, que tienen más cualidades y recursos que él. No es humilde el que se valora poco, y cree que cualquiera lo haría mucho mejor, que no merece reconocimiento o aplausos por sus logros. Esto más que humildad sería «falta de autoestima» y no le vendría mal la ayuda de algún especialista.

Humilde es el que está siempre dispuesto a aprender de los demás, porque de todos se puede siempre aprender algo. El humilde no se encierra en sí mismo, y se atreve a pedir ayuda, no pretende resolver él solito todos sus problemas; el que procura consultar a los demás antes de tomar sus decisiones.

El modelo de humildad no es sino Cristo mismo, que se rebajó de su condición divina para hacerse uno de nosotros menos en el pecado (la soberbia). Y se dio enteramente por los pecadores, sin esperar nada a cambio, poniendo su confianza en Dios únicamente, incluso cuando toda esperanza de recompensa parece perdida (Getsemaní y la Cruz). ¡Qué lección!

Por eso ¡Cuánto deberíamos contemplar los misterios de la pasión y muerte de Cristo como escuela de humildad y entrega desinteresada! Reiteramos que alguien sea pequeño y humilde no quiere decir que sea acomplejado, sino reconocer la propia pequeñez para ponerla al servicio de la comunidad.

Por eso la humildad que agrada a Dios y a los seres humanos es la de la persona que es auténtica, que vive en la realidad y no en la ilusión. 

Por eso el ejemplo más grande de humildad lo tenemos en el mismo Jesús que nunca busco honores, ni primeros puestos, pero que tomó sobre sus hombros la tarea de anunciar el Reino, de sanar y salvar, de anunciar y denunciar.

Hubo uno que avanzó más que cualquiera de nosotros en la comprensión de la humildad de Nuestro Señor Jesucristo, y ese fue San Agustín. Y si de algo se arrepintió San Agustín, cuya solemnidad celebramos hoy, fue de su gran soberbia antes de la conversión; y aún la reconocía jugándole malas pasadas en su vida de cristiano.

Por eso, haremos bien en un día como hoy, que somos invitados a la humildad por las lecturas bíblicas y la vida de San Agustín, meditar un texto del santo en respuesta a un amigo llamado Dióscoro que le consultó, ¿cuál era el camino para lograr la verdad y, en general, de la vida cristiana? Él le recordó: “Ese camino es primero, la humildad; segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No es que falten otros que se llaman preceptos; pero si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones […] el orgullo nos lo arrancará todo de las manos cuando nos estemos ya felicitando por una buena acción. Porque los otros vicios son temibles en el pecado, más el orgullo es también temible en las mismas obras buenas. (Carta 118, 22).

Por eso cuán importante es cultivar esta virtud de la humildad: porque ella nos advierte que sino la vivimos nos vamos a encontrar que hay dos maneras de perder el cariño y el respeto de los demás, incluso de hacerse rechazar hasta el punto de quedarse sin amigos, ni personas que nos valoren.

Para comprender mejor el mensaje que hoy Dios nos envía, quiero compartirles una pequeña anécdota:

 “Un joven caminaba con su padre cuando él se detuvo en una curva; después de un pequeño silencio le preguntó: Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? El joven agudizó sus oídos y algunos segundos después le respondió: Escucho el ruido de una carreta. Eso es –dijo el padre. Es una carreta vacía.

El joven le preguntó a su padre: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? Entonces el padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace. Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: “Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.

La humildad consiste en callar nuestras propias virtudes para permitir que los demás las descubran por sí mismos.

Queridos hermanos: Nadie está más vacío que aquel que está lleno de sí mismo. Por eso preguntémonos si nuestra carreta hace mucho ruido, o si va cargada de valores y buenas obras.

LA IGLESIA SIEMPRE ESTARÁ DISPUESTA A SERVIR

Han pasado más de un mes en haber iniciado la primera fase del Diálogo por Panamá, en la que la Iglesia fue llamada a ser facilitadora.

Asumimos esta misión en una primera fase con aquellos quienes estaban en las calles, en medio de un país a punto de una explosión social, y ante esta realidad la Iglesia jamás podría ser indiferente. 

Pusimos a disposición nuestra experticia en humanidad, convencidos que el diálogo es una vía para conciliar en medio del conflicto.

Estamos ya en la finalización de esta primera fase, en la que sabíamos que para mantenerla con los actores primarios recibiríamos la crítica de algunos sectores incluso de algunos sentados en la mesa. Pero lo asumimos con la convicción de preferir “una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse”. Por eso, hoy reiteramos nuestra gratitud este grupo de hombres y mujeres, que conforman el Equipo de Facilitación de la Iglesia. A cada uno de ellos, gracias por su servicio a la Iglesia y a la Patria, cuando más lo necesitaban.

Han sido las voluntades de las Alianzas del movimiento social y del órgano Ejecutivo y la oración lo que ha permitido que llegaran a acuerdos, acuerdos que deben ser cumplidos, es decir honrados por el bien de nuestro pueblo, especialmente por aquellos que más lo necesitan para subsistir.

Aquí no hay vencedores ni vencidos, sino un solo ganador que es Panamá

La entrada HOMILÍA – DOMINGO 28 DE AGOSTO 2022 aparece primero en Arquidiócesis de Panamá.

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Por Prensa