Seguimos avanzando por el mes de mayo contemplando a María, que va desde Nazaret a la aldea de Judá donde vivía Isabel con su marido Zacarías. Se olvida de sí misma para ponerse al servicio de su prima, gestante de avanzada edad, que necesitaba ayuda. El amor es el principal distintivo de la vida de María. El amor es la esencia de Dios mismo, y es la característica principal del comportamiento de toda persona que ha conocido y ha experimentado el amor de Dios. A partir de la experiencia de encuentro con Él, su vida sólo se puede entender como correspondencia al amor de Dios y como amor al prójimo.

La vida de María estará centrada en el amor a Dios, su Señor, y en el amor al prójimo. Ella no pretende grandezas, simplemente es la humilde sierva del Señor, que se pone a disposición de su voluntad. Es una mujer que ama a Dios sobre todas las cosas y que está siempre en servicio delicado a los demás, tal como narran los evangelios: en silencio contemplativo durante la infancia y la vida oculta de Jesús; con delicadeza y prontitud en Caná; con discreción y humildad durante la vida pública; con firmeza al pie de la cruz; en su función de reunir a los discípulos antes de Pentecostés y en la comunidad de Jerusalén.

María será llamada por Dios a prestar un servicio singular: ser la Madre del Mesías. Este es su amor y su servicio materno. Cuando recibe el anuncio del ángel, responde: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Responde desde la experiencia de fe en la que Dios se muestra todopoderoso y el ser humano se entrega con confianza aceptando sus designios. Su servicio está en sintonía con lo que Cristo afirmará de sí mismo: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; cf. Mt 20,28).

Desde el momento de la Anunciación su vida será una entrega total de servicio a los designios de Dios y de servicio al prójimo. Para poder captar la grandeza y la profundidad del servicio que María presta en la Historia de la Salvación, hemos de iluminar su figura desde la vinculación con Cristo, su Hijo. La obediencia y la docilidad de María están en línea con lo que será una constante en la vida de Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4,34). María asumirá también como principio unificador de su vida el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Su servicio materno consiste en aceptar el plan de Dios y ofrecer su existencia en totalidad. De esta manera, vivirá una unión progresiva y perfecta con su Hijo, y desarrollará su maternidad espiritual sobre los discípulos y su función mediadora. Por nuestra parte, sólo podemos ser verdaderos discípulos de Cristo y dignos hijos de María si hacemos del servicio a Dios y a los demás el eje central de nuestra existencia. Porque somos los discípulos de Cristo, el Siervo del Señor, y somos los hijos de María, la esclava del Señor.

En este mes de mayo, pidamos de todo corazón a María Santísima que nos enseñe a servir a Dios y a los demás,  que nos alcance la gracia de ser personas serviciales en las pequeñas cosas de cada día, y también en las grandes; y sobre todo, que nos enseñe y nos ayude a romper la coraza egocéntrica y narcisista que nos lleva a vivir centrados en nosotros mismos y en nuestro interés, para que nuestra vida esté centrada en Cristo, buscando siempre la voluntad de Dios y orientada al servicio de los hermanos.

+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla

Fuente original: https://www.archisevilla.org/una-vida-de-amor-y-de-servicio-14-05-2023/

Por Prensa