Esta semana quiero fijar la atención en los mayores, en los ancianos. También a ellos quiero decirles unas palabras en este tiempo de vacaciones. Todos debemos pensar en ellos; no son una carga, sino un tesoro. Ya os dije en otras ocasiones que la familia es el tesoro más grande, es el patrimonio de la humanidad más bello y el que mejor garantiza el crecimiento y desarrollo de la persona humana, ya desde antes del nacimiento y por supuesto desde su nacimiento hasta su muerte. Estamos todos llamados a trabajar para que la familia asuma su ser y su misión. Y en ese ser y misión, no podemos olvidar a los ancianos. En mi vida he experimentado que los abuelos ocupaban un lugar especial y creo que esto pertenece al dinamismo del Evangelio.
¡Cómo no recordar aquel encuentro en el templo del Dios hecho hombre con aquellos dos ancianos: Simeón y la profetisa Ana! Cuando era un Niño recién nacido en Belén, sus padres lo presentan en el templo como era costumbre de los judíos. Él, que es la Vida y se asoma a la historia hecho hombre, se encontró con aquellos ancianos. Por una parte, Dios nos manifiesta así la necesidad de este encuentro con los mayores y, por otra, los ancianos manifiestan y constatan la necesidad del Niño entre los hombres, en la historia. En esa imagen maravillosa, Dios nos quiere decir algo que pertenece a la esencia de la familia: niños y ancianos construyen el futuro de la humanidad. De ahí el cuidado de ambos y la necesidad de nos separarlos, pues los unos se enriquecen con los otros: unos dan esperanza y futuro; otros dan experiencia y serenidad, contagian confianza dando aquello que después de los años consideran y han visto que es lo más fundamental. Cuando no se da importancia a unos y a otros al mismo tiempo, el futuro está comprometido.
Queridos y estimados mayores:
Siempre sentí una predilección por vuestra misión en la familia, y haber vivido en una residencia de mayores durante los ocho primeros meses de mi estancia como arzobispo Madrid, me han permitido ver que sois una gracia para la humanidad. No penséis que sois un peso inútil, todo lo contrario: sois testigos del pasado y sois inspiradores de sabiduría para el presente y el futuro. Sin vosotros, a nuestra sociedad le falta algo fundamental. De ahí la importancia que tiene vuestra presencia y el que os vean y traten los niños y los jóvenes. ¡Qué importante sería el que todos escuchásemos! Es verdad que, en nuestra sociedad, un desarrollo desordenado ha llevado a que tengáis que asumir formas que son inaceptables de marginación, que son fuentes de sufrimiento para vosotros, pero sobre todo para la sociedad que se empobrece sin vuestra presencia. Pero os aseguro que sois una riqueza insustituible. Ojalá todos descubramos vuestros cometidos en la sociedad civil y eclesial y, muy especialmente, en la familia. Dar cauce a vuestra tarea en estos momentos que vive la humanidad es de especial importancia, pues no sois sobrantes que arrinconar, sino protagonistas para construir.
Me han impresionado de una manera especial unas palabras de san Agustín porque las veo realizadas en los mayores. Y como yo lo veo, admiro a los hijos que así lo ven en sus padres cuando van siendo mayores y lo mismo en los nietos con sus abuelos. ¡De qué manera describía un hijo que su padre le había enseñado a no detenerse nunca en la vida en su vejez e incluso en su enfermedad! ¡Con qué alegría me contaba un nieto que su abuelo, de 73 años, le había dicho que le acompañaba a hacer el Camino de Santiago para enseñarle a estar avanzando siempre! Hablando del seguimiento de Cristo, san Agustín tiene unas palabras muy bellas, que se pueden aplicar a la vida de nuestros mayores que han acogido a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida: «Vosotros veis que somos viandantes. Y os preguntáis: ¿Qué es caminar? Lo digo con una palabra: avanzar, ya que temo que no comprendáis bien y acabéis teniendo pereza para caminar. Avanzad hermanos. Examinaos a vosotros mismos, sin engañaros, sin adularos, sin acariciaros […], donde te encuentres satisfecho contigo mismo, allí te quedarás. El día en el que digas: Ya está bien, ese día estarás incluso muerto. Añade siempre algo, camina siempre, avanza siempre. No te quedes en el camino, no vayas para atrás, no te desvíes. Quien no avanza, se queda detenido» (San Agustín, Serm. 169, 18; P.L. 38, 926).
Os voy a confesar algo que creo que en los mayores tiene una fuerza especial. ¿Por qué su experiencia es tan importante para nosotros? ¿Por qué nunca debemos olvidar su gran sabiduría? Ellos son conocedores de la realidad y de los demás y, muy en concreto, de su familia, porque los aman. Aman la vida. Aman a los suyos. Saben que es lo único que queda y les queda. ¡Qué sabiduría! Solo en el amor la persona se confía plenamente. Es un principio fundamental. ¿Por qué se confían los hijos con los padres y, de un modo especial, con los abuelos? Porque saben hacer experimentar a los suyos que la persona es sobre todo acogida de su revelación. Es necesario estar en el amor para poder ser capaz de tal acogida. Y cuanto más claro y más grande es ese amor, más experiencia de acogida. El amor es la verdadera inteligencia que penetra toda la persona y abraza su realidad, nada omite de ella y nunca produce violencias. Ya los Padres decían que el principio del conocimiento es el amor. ¡Qué fuerza y qué belleza tiene esta afirmación: el conocimiento empieza con la caridad! Quien ama, conoce. ¿Y dónde aprender mejor esa manera de amar que en quien es fuente y origen del amor verdadero? ¿Cómo comienza la caridad? Con la experiencia del amor de Dios que se confía a nosotros. Al amor se responde con amor. Por eso tienen tanta importancia los padres y los abuelos en nuestras vidas.
Nuestros mayores mejor que nadie saben tocar, acariciar y curar las heridas de Jesús que encuentran en los que les rodean. Dejemos que estén a nuestro lado, no los retiremos. Urge tener especialistas en tocar, acariciar y curar las heridas profundas del hombre; los mayores son especialistas en esta tarea, pues ellos:

1. Son testigos del pasado.
2. Son maestros de sabiduría para el presente.
3. Son cimientos fuertes del futuro.
4. Nos ayudan a clarificar la escala de valores humanos.
5. Nos hacen ver la continuidad de las generaciones y la interdependencia.
6. Rompen barreras de las generaciones y crean puentes.
7. Regalan cariño, comprensión, amor con sus ojos, palabras y caricias.

Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, arzobispo de Madrid

Fuente original: http://archimadrid.org/index.php/arzobispo/cartas/item/86262-necesitados-de-la-experiencia-y-la-caricia-de-los-mayores

Por Prensa