Esta semana quiero dirigirme especialmente a los jóvenes. Cuando los que trabajáis estáis planificando vuestras vacaciones; cuando los que estudiáis ya estáis terminando vuestros exámenes y pensáis en dedicar algún tiempo a los demás; cuando muchos preparáis el viaje a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Cracovia; cuando otros padecéis la dificultad de encontrar trabajo, os quiero hablar al corazón. Nunca seáis jóvenes de vitrina. Entrad en el mundo, construid la historia con la novedad del discípulo de Cristo. Retirad lo viejo. Mostrad lo nuevo, que llega a la existencia humana cuando dejamos que Cristo protagonice nuestra vida.
A muchos de vosotros os veo los primeros viernes de mes en la catedral, para contemplar al Señor en el Misterio de la Eucaristía y para escuchar su Palabra, a otros os encuentro en las comunidades parroquiales… Todos sois una propuesta de esperanza para este mundo. Esta humanidad se enriquece con los dones que el Señor ha puesto en vosotros. Gracias de corazón, pues a pesar de las dificultades que en muchas ocasiones tenéis para encontrar salidas justas, que dignifiquen vuestras vidas, y así poder vivir derechos fundamentales para todo ser humano, a vuestro lado siento una alegría especial. ¿De dónde me viene? De Jesucristo, fuente de la alegría y de la esperanza. De ver cómo nada ni nadie os quita de vuestro corazón esa propuesta de vivir en la esperanza alcanzada por quienes os fiais de Nuestro Señor. Y ello lo manifestáis en el compromiso de vivir como miembros vivos de la Iglesia.
Gracias por ser esos jóvenes que sabéis muy bien que a este mundo, que se ha convertido en una aldea muy pequeña, le hace falta un cambio en lo esencial que solamente puede dar Jesucristo. Os agradezco que evangelicéis a otros jóvenes, tanto con palabras como con obras. Es apasionante dar la noticia de que Jesucristo Nuestro Señor es Quien, con su Resurrección, ha triunfado sobre todas las cosas y ha dado claridad, firmeza y fuerza al ser humano y a la historia que hacemos los hombres. ¡Qué bien lo habéis entendido y contemplado los jóvenes en ese pasaje del Evangelio donde Marta, la hermana de Lázaro, le dice al Señor: «Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»! Los que habéis conocido al Señor queréis y deseáis que Él esté en vuestra vida y sabéis que va delante de nosotros y nos acompaña.
Quiero haceros una propuesta clara: nunca tengáis la tentación de ser cristianos de vitrina. De esos que no quieren contagiarse con nada ni nadie y se guardan a sí mismos. Haced que vuestra vida sea este canto que hace el salmista: «A ti, Señor, levanto mi alma» (Sal 24). Sí, «a ti levanto mi alma». Cuando el Papa san Juan Pablo II proclamaba este salmo explicaba que, con ello, decimos que nos queremos poner en la vida a la altura de Dios, a su alcance, en las medidas que Él nos da. Es una propuesta a vivir en la esperanza. Con vuestra vida, con vuestro compromiso en vuestras comunidades cristianas, en las parroquias, asociaciones y movimientos, viviendo con ese ritmo y con ese canto, sois ya una propuesta de esperanza. ¡Qué alegría saber que sois lo que siempre quiso el Señor: «Sal y luz de la tierra». Y lo sois cuando, al percibir la ternura, la misericordia y la bondad de Dios, se hace vida en nosotros los que dice el Evangelio: Tu ternura, tu misericordia son eternas. Tu bondad es eterna, nos la has hecho experimentar a todos nosotros en tu Resurrección.
Sois propuesta para vivir en la esperanza cuando tenéis ese corazón que palpita al unísono del de Cristo y vivís con la pasión de un corazón grande, con capacidad para superar las tribulaciones que puedan llegar a nuestra vida con la gracia y con la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la creatividad que da tener ese corazón. Con esa capacidad para saber vivir la vida recibiendo el perdón del Señor y regalando lo que hemos recibido a todos los que nos encontremos en el camino. ¡Sed jóvenes propuesta de esperanza! ¡Sed jóvenes valientes que salís al mundo y a todas las situaciones que viven los hombres para hacer un cambio! Pero con la certeza de que no queréis hacerlo con la fuerza de los hombres, sino con esa que viene de haber acogido en vuestra vida el amor de Dios. Y que, cuando vean lo que hacéis y cómo os comportáis, podáis decir aquellas palabras del apóstol san Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí». Expresad sin miedos lo que os da el Señor: ensancha nuestro corazón, pone en él las medidas del suyo, nos da una manera de existir y de vivir que hace ver a los demás que lo viejo ha pasado y lo nuevo ha comenzado. Sed novedad, la que da Jesucristo. Como decía el Papa san Juan Pablo II, poneos a la altura de Dios y siempre a su alcance.
Tened el atrevimiento de sacar a los jóvenes de las tumbas, como lo hizo el Señor con Lázaro. Hoy muchos están muertos, están vendados y tienen la corrupción en sí mismos. Y necesitan de otros que los acompañen, les muestren la vida de Cristo, que es la Resurrección, y les quiten las vendas que no les permiten moverse ni ver. Sois necesarios, pero siempre siendo discípulos misioneros, que acompañan y buscan a quienes están en las tumbas. No consintáis que este mundo se convierta en un cementerio. Ya veis lo que hizo el Señor con Lázaro, que llevaba ya cuatro días enterrado. Haced ver que hay solamente una persona que da la vida al hombre: Jesucristo. Dejaos interpelar por Él como Marta después de reprocharle que su hermano no habría muerto si hubiese estado ahí. Qué fuerza tiene lo que le dijo el Señor: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. ¿Crees esto?». ¿Lo creemos nosotros? ¿Tenemos la valentía y la convicción, que nacen de la fe, para decírselo nosotros a los que nos encontramos por el camino que están en la tumba, muertos, vendados? «Él es la Resurrección y la Vida. Él está vivo, da la vida. Él entrega la resurrección, saca de las tumbas. Él quita las vendas. Él quita la corrupción que pueda existir en nuestra existencia. Él te entrega una novedad que nadie puede dar». Cuando nos pregunta si lo creemos, ¿decimos como Marta: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo»? Creemos que solamente Jesucristo saca de las tumbas a los hombres. Solo Él tiene capacidad para eliminar la crisis verdadera, la real, no las manifestaciones que pueda tener la crisis como las que nosotros percibimos y padecen los hombres. Hay una más profunda cuando el ser humano vive sin conocer a Dios. La ocultación de Dios, relegarlo en nuestra vida y no ponerlo en el centro de nuestra existencia, nos incapacita para quitar vendas a los demás y para sacar de las tumbas a los hombres. Por eso, tiene más trascendencia de lo que parece vivir desconociendo a Jesucristo, que es Quien nos ha revelado quién es Dios y quién es el hombre.
Comprometámonos a ser una propuesta para vivir en la esperanza en y desde la Iglesia, que es la nueva Jerusalén, que sabe que desciende del cielo, que es obra de Dios, que se embellece con la vida del Señor y que se adorna con su vida. Una Iglesia que regala el rostro de Dios a los hombres, sin miedo a hacérselo presente ni a decirles que este Señor que nosotros anunciamos es el único que da presente y futuro al hombre y a la humanidad. Una Iglesia que puede decir en medio de esta historia: Ya no habrá muerte ni luto, ni llanto, ni dolor, porque el primer mundo ha pasado, pues por el Bautismo hemos nacido a la vida eterna, tenemos la vida de Dios. Y esta vida eterna es la que anunciamos, es la vida que regala Dios a través de la Iglesia, es la vida que predica a los hombres como algo absolutamente nuevo. La Iglesia que es consciente de que Cristo, como nos decía el Libro del Apocalipsis, es Alfa y Omega. Sed jóvenes de propuesta de esperanza para este mundo.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, arzobispo de Madrid

Fuente original: http://archimadrid.org/index.php/arzobispo/cartas/item/85588-nunca-seais-jovenes-cristianos-de-vitrina

Por Prensa