En varias ocasiones me habían animado a ir a Fátima, pero siempre puse una excusa; y ahora que acabo de regresar de allí siento que pocas son las razones que valgan para no visitar este maravilloso lugar.

Mi hija María nos invitó a ir para que conociéramos al matrimonio con el que vivió en Utah (EEUU) durante dos años y medio y que la cuidaron como a una hija. Nos íbamos a encontrar en el mismo destino de peregrinación. Y ese fue el “gancho” del que se sirvió la Virgen para que fuese a visitarla.

Todo el que regresa de Fátima comenta que ha sentido algo impactante allí.

Viví con intensidad los dos días que estuvimos, pero realmente no noté nada tan especial.
Eso sí, durante el rezo del Rosario por la noche, ves cómo católicos de distintas nacionalidades comparten una misma fe contigo y que no estás solo, pero yo no viví eso como algo nuevo, pues ya lo había experimentado en otras ocasiones.

Visitamos la casa de los pastorcitos Jacinta, Francisco y Lucía, paseamos por el pueblo donde vivieron y nos hicimos una foto con la sobrina de Francisco y Jacinta, que disfrutaba con todo el que posaba junto a ella.

Amabilidad y gratitud fueron los dos sentimientos que experimenté allí y cuando regresé a casa noté una gran paz interior. Sentí que este viaje tenía que hacerlo todos los años y, curiosamente, mi hija, sin comentárselo, me dijo lo mismo.

Beatriz Melguizo

 

Fuente original: https://www.archisevilla.org/vivencias-en-fatima/

Por Prensa