Este próximo domingo, tercero de Adviento, es un estallido de alegría, porque se acerca la llegada del Señor. Escucharemos: “Estad alegres, os lo repito, estad alegres”. “Desbordo de gozo con mi Dios”. “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. “Estad siempre alegres en el Señor”. “El Señor es fiel, y sus promesas se cumplirán”, promesas que suscitan gozo, esperanza, felicidad, dicha, alegría, porque Dios está con nosotros, viene, llega, el “Emmanuel”.

Por eso, de nuevo, un año más, cantamos la misericordia del Señor. Desbordamos de gozo en el Señor. Este es el verdadero y dichoso mensaje de la revelación: Dios es nuestra felicidad. Dios es el gozo, la bienaventuranza, la plenitud de la vida. Dios se ha revelado en el amor, ha escuchado nuestro clamor. Dios ha tenido corazón para toda deficiencia, para nuestra cautividad, para nuestro pecado. Se ha ofrecido a nosotros como misericordia, como gracia como salvación, como sorpresa regocijante y gloriosa. Debemos repetir el anuncio del ángel en Navidad. “No temáis, porque os anuncio una gran alegría para todo el pueblo”.

Nuestra religión es una religión de salvación, de alegría. Entre nosotros resuenan aquellas palabras de Pablo: “Alegraos, os lo digo de nuevo, alegraos, estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad siempre alegres”.

Ésta es la verdadera religión: el gozo de Dios. Este es el regalo que nos trae Cristo al nacer en el mundo la alegría, el gozo, la paz de Dios.

¿Seremos capaces de hacer comprender a los hombres de nuestro tiempo este mensaje Dios es la alegría, nuestra alegría y nuestra dicha? ¿Quién nos escucha? ¿Quién nos cree verdaderamente? Tal vez no tengamos éxito en este anuncio. Es el mensaje constante del Papa, sus palabras y sus gestos proclaman el “Evangelio de la alegría”, “la alegría del amor”. No podemos ser cristianos tristones, la alegría es la expresión de que uno se siente amado. Donde no hay amor, no hay alegría. Y nosotros, en Jesús, recibimos tanto amor, todo el amor, sin límite alguno. Los primeros cristianos admiraban por su alegría. Eso es ser cristianos, vivir en alegría y ser portadores de la alegría.

No nos creen frecuentemente los hombres del pensamiento, enfrascados en la duda y en los problemas. No nos creen los hombres de acción fascinados en el esfuerzo por conquistar la tierra. No nos creen los jóvenes, arrastrados por la civilización del disfrute a toda costa. Es la suerte del Evangelio en la humanidad, el cual significa precisamente anuncio dichoso, anuncio feliz, “Evangelio de la alegría”.

La fe cristiana, el acontecimiento cristiano ha ofrecido como pleno y último don esta verdad, esta espiritualidad: la felicidad es alcanzable por el hombre en Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Permanece esta certeza impávida: Dios es la verdadera, la suprema felicidad del hombre, la verdadera alegría para el hombre. Permanece esta pedagogía para enseñar a los niños y los jóvenes: Sí, en efecto, la fe es misterio, Cristo lleva la cruz, la vida es deber, pero sobre todo Dios es la alegría y la dicha, la felicidad.

Para vosotros, pobres, para vosotros, afligidos, para vosotros, hambrientos de justicia y de paz, para todos los que sufrís y lloráis es el Reino de Dios. El Reino de Dios es para vosotros y es el Reino de la felicidad y alegría que conforta, que compensa, que da consistencia y verdad a la esperanza.

Cristo os habla en el corazón de felicidad y de paz. Y con este don Él no aplaca, en la vida presente, vuestra búsqueda, vuestra sed. Hoy su felicidad no es más que un anticipo, una prenda, un comienzo, la plenitud de la vida vendrá después de esta vida terrena, vendrá mañana después de esta jornada, vendrá cuando la felicidad misma de Dios sea abierta a aquellos que hoy la han buscado y pregustado. Dios es alegría. ¡No tengáis miedo! ¡Acercaos a Él, que Él está muy cerca!

+ Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia

Fuente original: http://www.archivalencia.org/contenido.php?a=6&pad=6&modulo=37&id=16224&pagina=1

Por Prensa