La salida al mercado de los libros Avaricia y Via Crucis parecen dispuestos a abrir un amplio debate sobre las cuentas de la Santa Sede. Y es que, algunas informaciones de las publicadas en estos libros, ponen en jaque a algunas piezas importantes dentro de la Iglesia que no han sabido gestionar bien las cuentas del Vaticano.

No obstante, estos libros no ensucian la imagen del Papa Francisco, más bien todo lo contrario puesto que el máximo representante de la Iglesia aparece en algunas grabaciones muy preocupado por algunos de los pagos realizados por el Vaticano.

De hecho, el Santo Padre llega a reconocer en algunas grabaciones filtradas que “los costes están fuera de control” por lo que pide “tres presupuestos para cualquier gasto” y que se pague únicamente el dinero presupuestado.

Cabe recordar que éstas grabaciones se realizaron sin el consentimiento del Papa puesto que éste no era consciente de las mismas. De hecho, en una de ellas, realizada en una reunión privada que el Santo Padre mantuvo con algunos de sus cardenales en 2013, se puede escuchar al argentino reconociendo que “hay necesidad de aclarar las finanzas de la Santa Sede y hacer que sean más transparentes”.

He aquí las palabras del Papa en esa reunión de los cardenales filtradas y recogidas en el libro Via Crucis de Gianluigi Nuzzi:

“Hay necesidad de aclarar las finanzas de la Santa Sede y hacer que sean más transparentes. Lo que voy a decir ahora es para ayudar, querría individualizar algunos elementos que seguramente os ayudarán en vuestra reflexión.

Primero. Ha sido universalmente acertado lo dicho en las congregaciones generales durante el cónclave, que se ha aumentado demasiado el número de empleados. Este hecho crea un fuerte dispendio de dinero que puede ser evitado. El cardenal Calcagno me ha dicho que en los últimos cinco años, ha habido un 30% de aumento en las compras por parte de estos empleados. ¡Aquí hay algo que no funciona! Debemos “meter mano” a este problema.

Segundo. El problema de la falta de transparencia está todavía vigente. Es sabido que no provienen de una claridad de los procedimientos. Esto se ve- dicen los que me han hablado (estos son los revisores de las denuncias y algunos cardenales, comenta el autor de Via Crucis)- en los balances. Unido a esto, creo que se debe progresar en el trabajo de aclarar bien el origen de las continuas  formas de pago. Por lo tanto, se debe hacer un protocolo, ya sea para el presupuesto como para la última parte, el pago. Se necesita seguir el protocolo con rigor. Uno de los responsables me decía: “Pero vienen con la factura y ahora debemos pagar…”. No, no se paga. Es una cosa que se ha hecho sin un presupuesto, sin autorización, no se paga. “¿Pero quién lo paga?”-dice el Papa Francisco que simula un diálogo del encargado de los pagos- No se paga. Hay necesidad de comenzar un protocolo, ser firmes, a pesar de que a este pobre encargado se le atribuya una mala imagen, ¡no se paga! El Señor nos perdone, pero ¡no se paga!

C-l-a-r-i-d-a-d. Esto se da en la firma más humilde, y debemos hacerlo también nosotros. El protocolo para iniciar un trabajo y el protocolo de pago. Antes de cada adquisición o trabajos estructurales se debe preguntar al menos tres presupuestos que sean diferentes para poder escoger el más conveniente. Haré un ejemplo, lo de la biblioteca. El presupuesto decía 100 y luego han sido pagados 200. ¿Qué ha sucedido? ¿Un poco más? Está bien, ¿Pero era el presupuesto o no? Pero debemos pagarlo… ¡No se paga! Pero que lo paguen ellos… ¡No se paga! Esto para mí es importante. Por favor, ¡disciplina!

Sin exagerar podemos decir que buena parte de los costes están fuera de control. Es un hecho. Debemos siempre vigilar con la máxima atención la naturaleza jurídica y la claridad de los contratos. Los contratos tienen tantas trampas, ¿no? El contrato es claro pero en las notas a pie de página se encuentra la letra pequeña- ¿Se llama así no?- es una trampa. ¡Estudiarlo bien! Nuestros proveedores deben ser siempre empresas que garanticen honestidad y que propongan el justo precio del mercado, sea para las productos o para los servicios. Y algunos no garantizan esto.

Han sido los prelados provinciales, y el economista general los que nos han hablado de la actitud que debemos tomar ante las inversiones. Y nos han explicado que la provincia jesuita del país tenía un buen número de seminarios, y hacía las inversiones en una banca seria y honesta. Después, con el cambio del economista, se hizo un control de todo en el banco. Había preguntado cómo habían sido escogidas las inversiones, sobre la moralidad y también sobre el riesgo, porque muchas veces se ven seducidos por propuestas interesantes: como un interés fuerte… No os fiéis. Debemos tener asesores técnicos para esto. Se deben dar orientaciones claras sobre el modo y sobre quién hace la inversión, algo que siempre debe hacerse con una prudencia y la máxima atención sobre los riesgos. Alguno de vosotros me ha recordado un problema por el cual habíamos perdido más de 10 millones con Suiza, por una inversión mal hecha, el dinero se perdió. También hay cuentas corrientes con inversiones que no están plasmadas en los balances. Algunos dicasterios tienen dinero por cuenta propia y lo administran de forma privada.

Se necesita poner un poco de orden. No quiero añadir más ejemplos que nos crean tanta preocupación, pero estamos aquí para resolver todo esto, hermanos, por el bien de la Iglesia.  Me hace pensar en aquello que decía un anciano párroco de Buenos Aires, sabio, que tenía mucho conocimiento de la economía: “Si no sabemos custodiar el dinero que se vende, ¿cómo custodiaremos las almas de los fieles que no se venden?”.

Estamos seguros de que todos queremos andar hacia adelante juntos en este trabajo  hecho desde hace tiempo. Y para ayudaros, he decidido crear una comisión especial para consolidar los pasos de vuestro trabajo y encontrar soluciones a estos problemas. Esta comisión tendrá el mismo perfil de aquella que ha sido constituida por el IOR. Uno de vosotros será el coordinador o secretario o presidente de esta comisión para ayudar en este proceso que estoy feliz por llevar adelante. Pero debemos hacer un esfuerzo para llevarlo hasta el final y decir todo claramente.

Todos somos buenos, pero también el Señor nos requiere unas administraciones responsables para el bien de la Iglesia y de nuestra labor apostólica. Sugiero que al menos una vez, en ocasión de estas reuniones a mitad del día sea invitado el consejo de revisores, porque con esto se pueden cambiar bienes e informaciones, preocupaciones y trabajos. Si tenéis una sugerencia, sea bienvenida. Esto puedo ofreceros y os lo agradezco de verdad. ¿Alguna pregunta?