La vida conoce ciclos en los que se alternan el trabajo y el descanso, y hacen bien al cuerpo y al alma esta alternancia. Con tal que el descanso no sea obligado, o por falta de trabajo, o por enfermedad u otra causa. Ni el trabajo sea opresor, obligado y forzoso. La referencia la tenemos en el libro del Génesis: Dios hizo su obra durante seis días y el séptimo descansó (Gn 2,2-3)

De manera que el descanso, las vacaciones tienen también un sentido religioso, a imitación de Dios creador, como lo tiene el trabajo. En el trabajo, el hombre es colaborador en la obra de Dios, prolonga su obra perfeccionando el mundo creado. Y en el descanso el hombre participa de esa actitud divina, que al hombre le sirve para reconocer a Dios y lo que Dios le da en las etapas de trabajo.

Uno de los males de nuestro tiempo, producido por los ritmos de trabajo, es que el trabajo se acumula y lleva a emborrachar al hombre con la actividad. Más todavía si esa actividad es productiva, la avaricia hace al hombre insaciable de trabajo. Por eso, más que nunca necesita descansar, es decir, cambiar el ritmo de su actividad y darle tiempo a otras cosas importantes, a las que apenas presta atención cuando está embebido en el trabajo.

Las vacaciones sean tiempo de dedicar a Dios más atención. En vacaciones, haya más tiempo para la oración, para la lectura, para acercarse a Dios en los sacramentos, para descansar en el Señor. Estarían mal planteadas las vacaciones si sirvieran para olvidarse de Dios, si dejáramos de ir a Misa como solemos, si no cogiéramos un libro para reflexionar y alimentar nuestra alma, si abandonáramos la confesión y otras prácticas religiosas.

Las vacaciones sean tiempo para dedicar más tiempo a la familia. Los ritmos de trabajo y estudio, los horarios distintos de cada miembro de la familia hacen que apenas coincidamos en la convivencia familiar. Las vacaciones nos permiten, al menos en algunos días, volver a encontrarnos todos para compartir la misma vida, interesarnos unos por otros, constatar avances o estancamientos, sentirnos queridos en el seno de la familia. En la familia, uno llega a ser él mismo, es amado por sí mismo Y el corazón reclama ese intercambio de afectos que se dan en la familia.

Las vacaciones son ocasión de encontrarse con los amigos, cercanos o distantes a lo largo del año. Hay personas amigas, que no encontramos a lo largo del año, y las vacaciones permiten ese intercambio que restaura el corazón. Incluso, las vacaciones permiten hacer nuevas amistades, participar juntos en distintos eventos, completar esa formación permanente que necesitamos.

Las vacaciones permiten descansar más, hacer más deporte, viajar y conocer otros lugares. Es tiempo para dar gracias a Dios y resetearnos en los distintos aspectos de la persona. No nos olvidemos de Dios, que es el principal restaurador de nuestra vida.

Y no nos olvidemos de quienes no tienen vacaciones. O por enfermedad, o por pobreza de recursos o por cualquier otra razón. Oigo decir: en estos meses todo el mundo se va de la ciudad. No es cierto, mucho miles de personas no salen de la ciudad ni de los pueblos, se quedan en casa. Y a algunos ya les gustaría poder salir y darse algún paseo. Muchos de nuestros conciudadanos no saldrán de casa, y con un sencillo ventilador irán superando los rigores del calor en estas fechas y en estas latitudes. No nos olvidemos de ellos, particularmente de los niños y jóvenes, que viviendo junto a nosotros no tendrán vacaciones. Que este tiempo de descanso nos haga más solidarios y nos acerque a todos un poco más a Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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Fuente original: https://www.diocesisdecordoba.es/carta-semanal-obispo/tiempo-de-vacaciones-2

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